Por Eduardo Reguera
Insula Signa no comparte necesariamente las opiniones que nuestros colaboradores puedan expresar en esta sección.
Los artículos son firmados por sus respectivos autores/as que se hacen plenamente responsables de las mismas.
En el nº 8 de la calle Peregrina, en Las Palmas de Gran Canaria, hay una placa comercial que llama la atención por parecer bastante antigua. Según he podido averiguar no solo lo parece, lo es. Suelo pasear a menudo por esa calle, pero siempre a última hora de la tarde o a cualquier hora los fines de semana, por eso siempre encuentro el portal cerrado. Menos el otro día, que tenía el día libre y al pasar por delante vi la puerta abierta.
No dudé en entrar en el zaguán y detenerme junto a la escalera, detrás de una cancela que daba paso a una oficina que ocupaba la planta baja, y que por lo que pude ver, parecía de otra época. La máquina de escribir que atisbé en la penumbra hizo que me decidiera a preguntar si había alguien. Enseguida una señora con una agradable sonrisa salió a atenderme. Le dije que había entrado atraído por la placa que había junto a la entrada y entonces vi como sus ojos brillaron. Me contó que dicha placa la había puesto su bisabuelo a principios de mil novecientos, que empezó dedicándose al comercio y que traía mercancia de todo el mundo. Acabó montando una sucursal de la Commercial Union, una compañía de seguros inglesa.

Me presenté y le dije que escribía pequeñas historias de la ciudad y entonces me invitó a pasar. Lo primero que llamó mi atención fue el doble escritorio secreter que había junto a la entrada. Mientras me contaba que lo había traído su bisabuelo de Inglaterra y que la Elder tuvo unos muy parecidos, yo acariciaba la madera del tablero y observaba los numerosos cajones y casilleros repletos de papeles y sobres.
Me distrajo un antiguo higrómetro de bronce que colgaba en la pared y ella se dio cuenta. Dijo que llevaba ahí toda la vida. Tenía a modo de decoración una soga alrededor que le daba cierto aire a mar. Parecía que lo habían sacado del puente de un viejo barco. Pasamos a otra dependencia en la que había una mesa repleta de papeles y carpetas, y junto a la pared una enorme y antigua caja fuerte cuya cerradura estaba flanqueada por dos cabezas de león en relieve, traída también de Inglaterra. Nos detuvimos en un despacho donde había un bonito y delicado escritorio de caoba y entonces me señaló unas viejas fotografías enmarcadas que habían en la pared, en las que aparecían retratados unos apuestos señores. Eran su abuelo y su bisabuelo, fundadores del negocio que ella continuaba pero ya con otro nombre.
La visita improvisada concluyó en el punto de partida, junto a la cancela. Mientras le daba las gracias por atenderme alguien bajó la escalera, entabló una breve conversación con la señora y se marchó. Luego salimos y nos detuvimos junto a la placa. La señora la tocó y me dijo que no la quitaba por nostalgia. Yo hubiera hecho lo mismo.