Tomás guarda con orgullo una cartilla expedida en 1979 por la Dirección General de Empleo y Promoción Social, dependiente del Ministerio de Trabajo, certificando que superó las pruebas y exámenes realizados en el Curso de Pintor Rotulista Imitador organizado por el Servicio de Empleo y Acción Formativa, declarándole apto para ejercer el oficio. En una de sus páginas escritas a máquina, se especifica con detalle el contenido del curso: Rotulación de estarcidos y en directo a pincel – Imitación a maderas y placado de las mismas – Conocimiento de herramientas y materiales empleados – Clases de pintura y obtención por mezclas – Técnica y práctica en combinaciones de madera – Tacto y estética de acabado – Seguridad e higiene.
Nacido en Cañamero, provincia de Cáceres, la familia de Tomás Prieto se trasladó a Madrid cuando tenía 13 años. Ya con esa edad empezó a trabajar en el Instituto de Estudios Políticos, repartiendo en bicicleta la correspondencia oficial por los diferentes ministerios. Años más tarde, tras pasar algunas temporadas como camarero en Mallorca, los anuncios televisivos que promocionaban las Navidades al Sol en Canarias despertaron su espíritu aventurero y le llevaron a acabar trabajando para el matrimonio Chang, propietarios del famoso restaurante House Ming en el Paseo de Las Canteras de la capital grancanaria, en 1971. Los encantos de la isla y de la bella mujer llamada Bibiana que luego sería su esposa lo retuvieron hasta el día de hoy en lo que él llama su “Canarias del alma”.
Tomás guarda un buen recuerdo de Don Pedro, su profesor en aquel curso de rotulación del Servicio de Empleo realizado en Telde y al que acudió puntualmente dos horas al día durante seis meses. Pronto empezó a aprovechar los conocimientos y habilidades adquiridas para realizar sus primeros trabajos como rotulista, principalmente sobre vehículos: un Austin Mini para el Taller Universal en Telde, alguna furgoneta para Muebles Diego Bosa y también para Muebles Floro, además de las típicas rotulaciones Tara y Peso Max. Autorizado para numerosos vehículos de transportistas de la zona. Los comienzos no fueron fáciles. A pesar de ello, Tomás sonríe cuando recuerda que tuvo que prácticamente tumbarse en el suelo para pintar el Mini o que su mujer le tenía que alumbrar con una lámpara de gas cuando se le hacía de noche pintando alguno de estos vehículos en un solar vecino a su casa.

Tras estos primeros trabajos de rotulación, le surgió la posibilidad de trabajar como camarero en los establecimientos turísticos del sur, ocupación que mantuvo durante cinco años, hasta que el ataque de un virus le dejó con una capacidad auditiva de un 0% en un oído y un 9% en el otro. Ese percance le proporcionó un pequeño subsidio por discapacidad que resultaba del todo insuficiente para mantener a su familia, ya por entonces numerosa, así que Tomás se dio de alta como autónomo y puso a punto sus pinceles.
Establecido en Santa Lucía de Tirajana, rotuló para algunos negocios locales hasta que empezaron a llegarle encargos para rotular fachadas de naves en el vecino Polígono Industrial de Arinaga. Fue en ese campo donde Tomás acabó especializándose y desarrollando todas sus habilidades. Cuando sus clientes no le pedían un diseño o logotipo concreto, usaba un alfabeto sin serifa, que él llama de palo seco, muy práctico y rentable, pues su poca complicación le permitía realizar los encargos en poco tiempo y de manera muy efectiva. Con letras de gran tamaño, alta legibilidad y sombras añadidas a modo de adorno, ese alfabeto empezó a proliferar por todo el polígono, en trabajos técnicamente impecables, muchos de los cuales han resistido en perfecto estado hasta el día de hoy.

Aunque le requirieron para rotular algunas naves en Tenerife u otros lugares y de vez en cuando hacía otro tipo de encargos, podría decirse que Tomás se convirtió en el rotulista “oficial” de las naves del Polígono de Arinaga, pues era raro el día en que no se le veía subido a un andamio o grúa, trazando sus grandes letras en alguna de las fachadas. Con la ayuda de una regla, un nivel y alguna que otra plantilla de papel que preparaba cuando tenía que reproducir un logotipo, todos sus trabajos fueron realizados con pincel, brocha o rodillo. Aunque parece divertido cuando lo recuerda, es fácil hacerse a la idea de lo duro que resultaba su trabajo. Confiesa que pasaba miedo cuando los frecuentes vientos que hay en la zona balanceaban el andamio o el elevador mecánico, o que su mujer y sus hijos, todavía pequeños, le ayudaban en lo que podían, a pesar de que alguno de ellos sufría vértigo. También cuenta cómo, al no disponer de vehículo, en ocasiones tenía que transportar grandes planchas de madera u otro material, caminando largas distancias con ellas al hombro para luego subirlas hasta el segundo piso de su vivienda, donde tenía una pequeña habitación para pintar.
A sus 77 años, Tomás es un ejemplo de esfuerzo, tesón y supervivencia. A pesar de que la vida no se lo puso fácil y tuvo que trabajar duro para sacar adelante a su mujer y cinco hijos con el handicap de su discapacidad auditiva, mantiene un buen humor envidiable, una actitud positiva ante la vida y un trato amable con todo el mundo. En una época en la que el oficio de rotulista carecía de cualquier glamour, Tomás Prieto fue un profesional que supo abrirse camino y llegó a dominar la técnica para hacer rentable un trabajo que nunca fue demasiado bien pagado. Ya retirado profesionalmente, sigue poniendo toda su energía y vitalidad en las diversas inquietudes artísticas que le ocupan. Aparte de pintar cuadros y escribir numerosos poemas, ha tenido tiempo de recibir clases de masajista y peluquero, además de aprender a tocar el piano, el violonchelo y el violín. A Tomás se le podría considerar un hombre del renacimiento, pero es, ante todo, un tipo humilde y entrañable.